Escribo este post al haber finalizado en Israel el día de Yom Kippur, que en esta oportunidad cayó cuatro días después de cumplirse un año de la masacre del 7 de octubre en los asentamientos de la frontera con Gaza, y del inicio de la guerra en la cual todavía nos encontramos y cuyo fin no está a la vista. El lunes de la semana que finaliza, se llevaron a cabo actos de rememoración a lo largo y ancho del pais. Cada ciudadano, cada familia y cada comunidad buscó la manera de manifestar su aflicción. Los medios de comunicación se inundaron con documentales, entrevistas y reportajes profundamente tristes. Lugares de trabajo e instituciones de educación organizaron su propias ceremonias, cada cual a su manera y siempre con la intención de reforzar el sentimiento de solidaridad en este día tan cargado de significado y de sentimiento, a pesar de las muchas controversias politicas que se siguen viviendo en el pais.
También en la Universidad Abierta de Israel (OUI) tuvimos nuestro propio acto de conmemoración ese día. A nivel personal, se marcaba también mi primer año en el rol de presidente, rol que asumí el 10 de octubre, es decir tres días después de la matanza. Pensé que podría interesarles leer (en traducción al castellano) la breve alocución que pronuncié en ese acto, ya que expresa claramente los sentimientos que me embargaban en ese día, y creo que no solo a mí: por un lado, un intento de entender lo que ha pasado en nuestro país y lo que condujo a la tragedia, a la vez que nos unimos al dolor de los afectados, y por otro lado, pensamientos sobre la manera en que tenemos que prepararnos para trabajar en la reconstrucción de nuestro futuro (y que de hecho ya lo estamos haciendo).
Pensando en que se trata de la peor tragedia que haya sufrido el pueblo judío desde el holocausto, me preguntaba el día de hoy qué les pasaría por la cabeza a nuestros líderes políticos en este día de Kippur, el día de la expiación, durante los oficios religiosos a los que asistían, y mientras participaban en los rezos que se centran en la cuestión del pecado y del perdón. Algunos de ellos son más devotos y sinceros en su sentimiento religioso, y otros los son menos, pero yo espero que todos ellos sepan que según la tradición judía basada en la mishná, los creyentes pueden recibir en Yom Kippur el perdón divino por pecados que hayan cometido contra preceptos religiosos, o sea contra Dios mismo, pero que el perdón por faltas que un ser humano haya cometido contra otro ser humano, ese perdón hay que pedirlo y obtenerlo directamente del afectado:
עֲבֵרוֹת שֶׁבֵּין אָדָם לַמָּקוֹם, יוֹם הַכִּפּוּרִים מְכַפֵּר. עֲבֵרוֹת שֶׁבֵּין אָדָם לַחֲבֵרוֹ, אֵין יוֹם הַכִּפּוּרִים מְכַפֵּר, עַד שֶׁיְּרַצֶּה אֶת חֲבֵרוֹ (משנה, יומא, ח', ט').
Luego de un año de la tragedia, ninguno de los 36 ministros y 4 viceministros que conforman el gobierno ha dado muestras de estar consciente de ese deber. Ninguno de ellos, por ejemplo, se ha presentado ante los miembros del kibbutz Nir Oz--que la cuarta parte de su comunidad fue asesinada o secuestrada, y que se encuentran ahora dispersos en varios edificios en Kiryat Gat--y mirándolos directamente a los ojos ha expresado algún tipo de compasión humana básica ante su desgracia. Sin embargo, yo no tengo ni la más mínima duda de que ahora, después de haber participado fervientemente en los rezos de Yom Kippur, estando en ayunas por 24 horas como lo demanda la religión, muchos de ellos van a tomar conciencia de lo que la moral judía requiere. Yo tengo la certeza de que ellos van a dar el paso necesario para pedir explícitamente el perdón de todos los sectores de la sociedad israelí por la manera en que a raíz de su comportamiento, su hibris, sus decisiones y su falta de decisiones desde que el gobierno asumió en enero del 2023, contribuyeron directamente a posibilitar esta gran tragedia y lo que ha ocurrido después. Algunos líderes militares, aunque no todos, no esperaron a que llegue el día de Kippur, y asumieron la responsabilidad, pidiendo perdón de la manera más clara y abierta ante la población, y varios de ellos habiendo renunciado ya. Estoy seguro que los líderes políticos lo harán ahora también, después de este Yom Kippur.
A lo largo de todo el día lunes, mientras se celebraban los actos de rememoración, se escucharon sirenas y explosiones de cohetes, especialmente en el norte, incluyendo ciudades como Haifa y Safed. Las sirenas y las explosiones continúan hasta el día de hoy, incluyendo en la noche de Kippur en que un dron estalló en una casa de ancianos en Hertzliya, e igualmente a lo largo del día de Kippur.
El acto del lunes pasado no fue el primero que realizamos en la Universidad Abierta como parte de nuestra solidariad con las víctimas. Pocas semanas después de la masacre, iniciamos una campaña de recolección de testimonios personales sobre la masacre, usando nuestros estudios de grabación. Son testimonios desgarradores que deben oirse. Los video clips con los testimonios están disponibles (con subtítulos en inglés) en este link.
Y además, nunca nos olvidamos de nuestros estudiantes y trabajadores que ese día fueron asesinados o cayeron en la batalla.
En la ceremonia de rememoración del 7 de octubre también escuchamos el relato, muy triste, de lo sucedido a Gaya Halifa, una joven hermosa y llena de energías y planes para el futuro, que fue asesinada en el Festival del Super Nova en la zona del Kibbutz Reim, a la edad de 25 años.
Quien habló de Gaya, y contó tanto el relato de su vida como el de su muerte, fue su mamá, Sigal, que se graduó recientemente en nuestra universidad. Pueden leer sobre Gaya y ver un video clip en este link.
Además, como parte de la conmemoración, se proyectó un documental sobre la masacre en el Festival, en la cual 383 personas fueron cruelmente asesinadas, y 44 fueron secuestradas. El documental se titula: "Pronto volveremos a bailar."
Les recomiendo que lo busquen y lo vean, aunque advierto que los noventa minutos que dura el film son muy, pero muy difíciles de tragar, y hay que tener un estómago muy fuerte, y un corazón de hierro, para poder verlo hasta el final. Y eso, a pesar de que lo muestra no es más que un ápice de lo que fue esa gran tragedia.
Los invito a leer lo que quise decir este día triste del 7 de octubre, a un año de la masacre. Y en este día de Kippur, me uno a todos los que piensan que la sociedad israelí debe pedir perdón en especial a las familias de los rehenes, aquellos que no pudimos rescatar con vida, y aquellos que siguen pudriéndose en los laberintos del Hamás.
Queridos estudiantes y colegas de la Universidad Abierta de Israel,
No es la primera vez que nos reunimos en este lugar para conmemorar la terrible masacre del 7 de octubre en los asentamientos del Néguev occidental (kibutzim, moshavim y ciudades), así como en el festival Nova, donde miles de jóvenes celebraban alegremente en medio de la naturaleza. Lo hicimos un mes después de la tragedia, y lo volvimos a hacer hace un mes, cuando leímos juntos, en este mismo lugar, los nombres de los 115 rehenes que se encontraban en Gaza en ese momento.
Cuesta creerlo, pero ha transcurrido un año completo y aún estamos totalmente inmersos en los sucesos de aquel día funesto. Parecería que ni siquiera hemos empezado a procesar el duelo.
A medida que transcurre el tiempo, así va creciendo nuestra intimidad con los nombres de las víctimas y de sus familiares, así como con las historias de sus vidas, de su caída o de su secuestro (y, en contados casos, con las de su liberación o rescate). Con cada día que pasa, nos familiarizamos con los detalles de las tragedias personales ocurridas en aquel fatídico día y en los ya más de 365 que le siguieron, así como con las impactantes e inspiradoras historias de heroísmo, que ojalá nunca hubieran tenido que surgir. Todo esto va quedando grabado en lo más profundo de nuestras memorias, y los testimonios continúan multiplicándose día tras día. La memoria es todavía capaz de contener esos testimonios, pero al corazón le resulta mucho más difícil.
Miles de familias que fueron evacuadas de los asentamientos atacados aún no han regresado a sus hogares y nadie puede decirles con certeza cuándo y en qué condiciones regresarán. Quienes conocen desde adentro las discusiones que tiene lugar en el seno de las comunidades desplazadas, saben que existen tensiones crecientes entre el deseo y la capacidad de continuar la existencia comunal y la solidaridad interna, por un lado, y las preguntas que cada familia se pregunta sobre su futuro individual, dentro o fuera de la comunidad, por otro lado. Y además está claro que no todas las comunidades son igualmente fuertes y estables.
Las dimensiones de la destrucción, la muerte y el dolor que han afligido al lado palestino desde el comienzo de la guerra es algo que, como mucho, podemos solo imaginar. Con demasiada frecuencia, ni siquiera estamos interesados en saberlo. En lo que concierne a nuestro lado, el número de soldados caídos desde el 7 de octubre sobrepasó hace tiempo a los 700. Los heridos de todos los niveles de gravedad, física y mentalmente afectados, no se cuentan oficialmente (el estimado que se ha publicado habla de más de 11,000 heridos, de los cuales cerca de 5,000 son afectados de post trauma, PTSD). Se trata de miles de familias en todo el país, cuyo mundo ha sido destrozado, y que necesitan apoyo y aliento. Pero con demasiada frecuencia, consideraciones políticas mezquinas frustran las iniciativas de rehabilitación y apoyo. Son pocos los que en el ámbito público han asumido toda la responsabilidad que les corresponde, y muchos son los que impiden sistemáticamente la creación de una comisión estatal de investigación que ponga en claro las circusuntancias que permitieron el descuido criminal que llevó a los hechos del 7 de octubre y establezca claramente culpabilidades donde las haya.
Y dentro de este complejo panorama, que nos acompaña con dolor desde hace un año, la historia de los rehenes sigue destacando como una herida abierta y sangrante en el corazón de toda la sociedad israelí. Quizás, porque a diferencia de otras tragedias, está claro que aquí todavía se puede hacer algo para salvarlos, y también parece que no se está haciendo lo suficiente. Además, para mucho de nosotros, nada simboliza de manera más aguda que la situación de los rehenes--tanto el día de la masacre como desde entonces--la desidia y la arrogancia que condujeron a la masacre. Es importante explicar, que el código fundamental de la identidad israelí siempre se basó en un principio simple y muy claro: no importa en qué desgracia te encuentres, dónde te encuentres y quién seas, alguien te va a venir a rescatar. Lo primero que un soldado aprende al unirse al ejército es la consigna que se ha venido cumpliendo consistentemente desde que el estado fue creado, y aún antes de eso: "no se abandonan heridos en el campo de batalla". Y ese es precisamente el código que en estos momentos sigue sin cumplirse a plenitud, hasta que todos los rehenes sean devueltos, vivos o muertos. Ese incumplimeiento es una de las amenazas más graves que existen contra la integridad y el futuro de nuestra sociedad.
Desafortunadamente, las familias de los rehenes se han convertido para muchos en este país en una especie de molestia desagradable que se niega a desaparecer de nuestras vidas, y en una pieza de juego en un debate político innecesario y doloroso. Las familias se han convertido incluso en blanco de inimaginables actos de violencia verbal y hasta física, que toda persona con un mínimo de sentido de justicia y compasión debería denunciar firme y claramente y condenarlas terminantemente, incluso si se trata de políticos cínicos, que buscan a toda costa la simpatía de grupos marginales de nuestra sociedad, que forman parte central de sus bases electorales. A raíz de los acontecimientos de los últimos días en el norte, la atención sobre la difícil situación de las familias y el destino de los 101 rehenes que aún se pudren en los laberintos subterráneos del Hamás se están volviendo cada vez más distantes y borrosos. No debemos por ningún motivo dejar que pase algo así. No debemos convertirnos en cómplices del descuido y del abandono repetido de estos israelíes, soldadas y soldados que cumplían su deber, así como civiles que fueron secuestrados de sus casas.
Y a pesar de todo eso, un sólido sentimiento de esperanza nos sigue impulsando dentro de todas estas dificultades. Es un sentimiento que surge de la manera ejemplar en que la sociedad civil en Israel ha dado, y sigue dando batalla. Cientos de organizaciones a todo lo largo y ancho de la sociedad, así como mujeres y hombres de manera individual, se han voluntarizado y han hecho disponibles sus energías y sus recursos, para ayudar a quien lo necesite, sin pedir nada a cambio. Yo siempre he visto el rol de las universidades, y de manera muy especial de nuestra institución, como parte importante de este espíritu de visión dirigida al trabajo en pro del futuro y el bienestar de la sociedad israelí.
Y en verdad, la Universidad Abierta es una institución de educación superior con un propósito social de primera magnitud. En esencia, todo nuestro trabajo diario se basa en la esperanza y tiene como objetivo construir un futuro mejor: el futuro personal de nuestros estudiantes, el futuro de sus familias, el futuro de la sociedad en su conjunto. Hoy, más que nunca, necesitamos esta capacidad de mirar hacia el futuro y participar activamente en su configuración. En el año que ha transcurrido desde la masacre del 7 de octubre, los miembros del personal administrativo y académico han trabajado diligentemente y con dedicación para permitir que el año académico de realice con el mayor éxito posible, y pueda cumplir su cometido de servir a la sociedad en su totalidad: los evacuados del norte y del sur, los reservistas que han sido recultados y sus familias, y todos los ciudadanos para quienes los estudios constituyen un marco positivo que permite preservar algo de la rutina en que vivíamos antes del 7 de octubre, y dirigir las energías y el pensamiento hacia una meta digna que los fortalezca, considerando las circunstancias. Durane este año académico enfrentamos muchos desafíos de una manera admirable, creo yo, y por eso agradezco a todos aquellos que contribuyeron con su esfuerzo dentro de la OUI. Los desafíos del próximo año académico, 2025, no serán menos complejos y estoy seguro de que la comunidad OUI los enfrentará con éxito y continuará sirviendo a la sociedad.
Mientras celebramos nuestra ceremonia aquí en la OUI, mi corazón y mis pensamientos están también con aquellos que participan hoy en otras ceremonias a las que no podré asistir. Pienso en las ceremonias en los kibutzim del sur, especialmente la que tiene lugar en Nirim, el kibbutz donde viví 24 años desde mi llegada a Israel. No podré unirme con ellos a las tumbas de Dorón, Mor, Roei, Nadav y Yagev. Pienso también en la familia Kaplún, la familia de mi querido cuñado Yehuda, que se unirán en el kibbutz Mishmarot, alrededor de la tumba de su hermano Drori, asesinado en Be'eri junto con su esposa Marcel, el día mismo de la masacre.
Es deber del gobierno y de quien lo lidera, de la sociedad israelí en su totalidad, y de cada uno de nosotros, seguir apoyando a las familias cuyos cursos vida se destrozaron, a los evacuados que desean regresar pronto a sus hogares y, especialmente, a las familias que siguen luchando por la liberación de los rehenes. A un año de la tragedia, no podemos por ningún motivo olvidarlos, ni permitir que sean abandonados a su destino una vez más.
Me quedé sin palabras con tus sentidas palabras, descripciones y comentarios tan humanos y acertados. Te quiero agradecer de todo corazón por tus acciones y por compartir tus pensamientos y sentimientos. Gmar Jatimá Tová y Shaná Tová para ti y todos tus seres queridos.