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  • Writer's pictureLeo Corry

Al maestro a quien debemos …

Updated: May 18, 2022

“ … especial veneración ..” decía la letra del himno al maestro que de niños entonábamos jubilosos en Venezuela (*). Tantos años después, esa “especial veneración” ha desparecido de muchos lugares del mundo, y con seguridad ha desparecido en lo que respecta al maestro israelí, aunque a veces siguen recibiendo elogios públicos en todo tipo de discursos y actos públicos. El estatus social de los maestros es de bajo prestigio, los sueldos son irrisorios y hasta injuriosos, las condiciones físicas y el número de alumnos en las aulas son inaceptables, y la violencia verbal—y muchas veces física—que sufren de alumnos y padres por igual sobrepasa la imaginación. Pocos son quienes logran mantenerse muchos años en ese sistema, y la única razón de peso para hacerlo es la sensación de estar realizando una importante y poco reconocida misión en favor de la sociedad.




La realidad israelí no puede entenderse a ningún nivel sin entender a fondo la compleja realidad que se vive en los varios sistemas educativos que existen en el país. Mucho menos la ignorancia, las tensiones internas, el racismo, la violencia, y la cultura política intolerante que vivimos. También se pueden entender a través de esta perspectiva los grandes logros del estado en sus 74 años, y por qué ese tipo de logros están en grave peligro de desaparición inmediata, junto a la gacela israelí y al mar muerto.



Digo “varios sistemas educativos” porque eso es lo que tenemos acá: el general u oficial, el tradicional-religioso general, el árabe musulmán (más de uno), el druzo, los varios sistemas cristianos, los de los judíos ortodoxos sefaraditas (separados en niñas y niños), los de los ortodoxos ashkenazitas (separados en niñas y niños, y donde en muchos casos no aceptan sefaraditas). Los programas de estudio son diferentes, y desconectados. Hay quienes no estudian inglés, matemáticas, historia o cívica. Muchos árabes no aprenden habreo y muchos más judíos no aprenden árabe, a menos que quieran enlistarse en una unidad de inteligencia donde eso puede ser útil. Y este año entraron en el primer grado menos alumnos en el sistema general oficial que en todos los otros sistemas juntos. En términos de demografía y educación, estamos ante un punto de no-retorno.


Pero no es ese el único problema grave que enfrenta la educación en Israel. Hace tiempo que he querido entregar en este blog un post o un video explicando este complejo tema. No lo he hecho por falta de tiempo y porque siempre hay cosas que parecen más urgentes. Pero hoy quiero hacerlo parcialmente, publicando la traducción de un post que escribió mi hija Avigail en su página de Facebook y que ilustra dolorosamente un aspecto de la problemática.


Avigail es maestra en una escuela muy especial en Jaffa, zona que pertenece municipalmente a Tel Aviv. Es una escuela bilingüe donde los alumnos y profesores son—como los residentes de esa zona—judíos, musulmanes y cristianos. Pueden recibir una impresión directa de lo que ellos hacen, mirando su página Facebook. No hace falta realmente entender árabe o hebreo para entender el mensaje y la atmósfera general.


Cada clase tiene dos maestras: una judía y una árabe (como en otros colegios, hay aquí sólo un par de maestros hombres). Se estudia en los dos idiomas y se trata de crear un ambiente de convivencia y conocimiento mutuo. El nombre de la escuela es Kulna Yahad (Kulna = “todos nosotros” en árabe; Yahad = “juntos” en hebreo).


En todo Israel hay sólo seis escuelas de este tipo. Encima de todas las dificultades que afectan al sistema educativo israelí y la vida de alumnos y maestros en general, esta escuela enfrenta problemas muy peculiares y extremadamente difíciles de resolver, y yo no dejo de admirarme día tras día de la increíble labor que ellos realizan sin tregua, bajo el liderazgo de una mujer muy especial llamada Sharon Ramón. No se trata de una cuerda de soñadores alucinados. Por el contrario, es gente que conoce mejor que nadie—desde bien abajo y no con palabras vacías o declaraciones pomposas—lo difícil que es pensar, y mucho menos materializar, cualquier intento de llevar adelante proyectos de convivencia entre árabes y judíos, ciudadanos todos de este país.


El cuento que Avigail les trae en su post es un caso de violencia e intolerancia, relativamente limitado--podría hasta decirse leve--comparado con la violencia que conocemos en el país, entre árabes y judíos, árabes contra árabes, y judíos contra judíos, según sea el caso. Pero como todo buen cuento, él ilustra mejor que cualquier artículo académico bien argumentado y documentado, la esencia de este aspecto tan deplorable de nuestra sociedad.


Sin más preludio que eso, les incluyo a continuación mi traducción (levemente editada) del post de Avigail sobre este episodio. Agréguenle ustedes a Avigail su LIKE!! Y aquellos de ustedes que leen hebreo y usan Facebook, les recomiendo que se anoten como amigos de Avigail, para que la puedan seguir. Siempre hay en su página cosas interesantes y originales.


 

Esta es Hayat. Ella es una buena amiga mía y también colega y excelente maestra.


Hayat salió hoy al paseo anual con sus amorosos alumnos de segundo grado, y como pasa muchas veces en esos paseos anuales, se encontraron en el camino con un grupo de niños de un colegio de otra ciudad. Llamemos a esta ciudad Kakaruzu. Al ver una mujer usando un hiyab, en la mentes tiernas de los niños de Kakaruzu se despierta automáticamente una conexión que les dice que se trata de una terrorista. Más aún, se despierta el instinto que les dice que hay que abofetearla por ser terrorista, a la vez que aplicarle los adjetivos más bondadosos, empezando por Sharmuta [no traduzco esto. Los que no saben árabe o hebreo coloquial lo imaginarán sólos... ], y siguiendo hasta donde los lleve su imaginación y limitada capacidad de expresión.


Queda claro que en Jaffa, Nahariya, o Be'er Sheva y también en Kakaruzo, los niños son niños. Ellos son un reflejo inmediato de la realidad en la que crecen, son una expresión directa y total de los mensajes que les trasmiten la sociedad y los medios de comunicación y por supuesto sus padres. Pero lo que me despierta el mayor dolor y rabia alrededor de esta historia, y más allá de que mi amiga se sintió herida y humillada, es el hecho de que ninguna de las mujeres mayores de Kakaruzo—a quienes por alguna razón se les da por llamar "educadoras" o "maestras "—creyó apropiado ponerle fin a esa situación y enfrentarse de inmediato con los alumnos involucrados en ese comportamiento violento, vulgar y racista para con una mujer, maestra, y—a fin de cuentas—ser humano.


Bueno, enfrentarse sería demasiado pedir ... ni siquiera se les ocurrió avergonzarse o disculparse!!! O transmitir algún tipo de mensaje a los niños, indicándoles que se trata de una actitud inaceptable. "Hablaremos de eso en clase" fue lo máximo que se les ocurrió decir. Cuando Hayat fue a hablar con ellas y les mostró de qué niños se trata, ellas le indicaron terminantemente que no le creían o no le querían creer.


Cuando me pregunto el porqué de este comportamiento, se me ocurren dos respuestas. Ambas son igualmente inquietantes, tristes y aterradoras:

La primera posibilidad es que esas maestras tienen miedo de los niños o de los padres, o de enfrentarse a las complejidades de la situación que vivimos. Pero resulta que ser educador significa precisamente enfrentarse con complejidades! Y si eres tan cobarde, entonces—a mi forma de ver—algo falla fundamental en tu concepción de lo que es tu propia profesión. Especialmente en un lugar con tantas sensibilidades y complejidades como Israel.


La segunda opción es que simplemente no crean que se trate de algo grave. No tengo que nada que añadir sobre a eso, ¿verdad?


Y algo optimista para concluir: Hayat misma fue la que nos escribió que, a pesar de la dura experiencia que vivió, tenemos que seguir creyendo en lo que hacemos y educar para la igualdad y la tolerancia. Frente a la realidad que vivimos, tiendo siempre a considerar ese tipo de expresiones como clichés sin mucho contenido, pero en este caso en particular, son palabras que me pueden dar una razón para seguir teniendo cierta fe en lo que estamos haciendo.


 

(*) Agradezco a mi buen amigo Nelson Hariton que en una conversación Zoom hace algunos días, me recordó de la existencia de este himno, cuyo título uso descaradamente como título de este post.

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