Cuando el actual gobierno de Israel, encabezado por Naftalí Bennett en asociación con Yair Lapid, se juramentó el 13 de junio de este año, los prospectos de que pueda funcionar y mantenerse en el poder se veían como altamente improbables, dada la heterogeneidad fundamental y los intereses contradictorios existentes entre los muchos partidos que forman la coalición. Benjamin Netanyahu postergó por varias semanas su salida de la casa oficial del Primer Ministro en la calle Balfour de Jerusalén, con todo tipo de excusas infantiles, tal vez en espera de que ni siquiera vaya a ser necesario mudarse antes de que el nuevo gobierno se disuelva de por sí. Pronosticó que “en dos o tres meses ese asunto se desmorona”. Los miembros de su partido recibieron órdenes de seguir refiriéndose a él con el título oficial de “Primer Ministro”, y más de un presentador en los medios locales—sea intencionalmente, o por costumbre de tantos años—todavía se dirigió o refirió a él con ese título. Al paso de tres meses, por lo menos esa actitud ha cambiado y Bennett tiene en sus manos el poder y el cargo de manera efectiva, y no sólo a nivel formal. Pero el posible éxito que pueda tener continuando con su gestión podría costarle muy caro a nivel de su propia carrera política.
El final del primer trimestre de este nuevo gobierno coincide con las festividades judías del mes de Tishrei, que se consideran en Israel como una época de recogimiento y rendición de cuentas, a nivel personal e institucional, de evaluación del pasado y de planeamiento hacia el futuro y también—por lo menos a nivel declarativo—época de pedir disculpas ante quien haya que disculparse. Esta coincidencia temporal le vino muy bien a los medios impresos y electrónicos, y por supuesto que también a las redes sociales. Las entrevistas a Bennett fueron muchas, y todos los analistas dedicaron sus columnas a evaluar la actuación del gobierno durante este período. Existe un amplio consenso en lo que se señala como aspectos positivos de esta actuación, en lo que concierne a los poquísimos errores que cometieron hasta ahora y, no menos que eso, en lo tocante a los desafíos titánicos con que Bennett personalmente, el gobierno como entidad colectiva, y la sociedad israelí en su totalidad, tienen que seguir enfrentando, y que probablemente seguirán agravándose.
Naftalí Bennet y Yair Lapid
Uno de los grandes logros que ya se le puede atribuir a este nuevo gobierno—que incluye partidos que van desde la derecha ideológica clásica hasta la izquierda activista, pasando por el centrismo sionista-liberal, y en adición un partido árabe con profundas raíces islámicas—ha sido la deliberada atenuación del venenoso discurso público y la deslegitimación total de oponentes políticos, del tipo que la cultura bibista promovió con éxito por tantos años. La palabra clave con que políticos, comentaristas y ciudadanos de a pie se refieren a la nueva situación en que vivimos estos últimos tres meses es “cordura” (shfiyut -שפיות): la vuelta a la cordura en la manera en que se manejan las cosas en el país (o por lo menos a una cordura relativa, o hasta a una apariencia de cordura – ya que en el fondo nos hemos acostumbrado a contentarnos con bastante poco en este respecto).
Esta cordura no se refiere en todos los casos al contenido específico de las decisiones o de los actos del gobierno o de Bennett, con los cuales uno puede a veces concordar y a veces disentir profundamente. Lo que se alaba es el espíritu y el estilo en que el Primer Ministro y todos los miembros de su gabinete, así como los altos rangos profesionales de cada uno de los ministerios y las instituciones del estado, se dedican (al menos en principio) a comunicarse con la población y con sus colegas, y a cumplir sus funciones como servidores públicos dedicados.
No quisiera que estas palabras sean malentendidas como un análisis idealizado de la nueva realidad política o como una aprobación global de Bennett, y de todos los que conforman el gobierno y de sus decisiones. Tampoco se trata de la idea de que una vez que Bibi dejó el poder hemos vuelto a la paz, a la armonía, a la felicidad y al progreso. Lejos de eso. Lo que sí quisiera trasmitir es la sensación de la disminución bastante rápida y aparentemente exitosa de todo lo que representó en los años de Netanyahu el desprecio total por las normas básicas de lo que nos permitía (más o menos) manejarnos en muchos aspectos como una democracia liberal funcional, la toma de decisiones en base a consideraciones relevantes y (más o menos) fundamentadas y no como una vía de permanecer a todo costo en el poder para esquivar juicio penal, y la colaboración posible entre partidos y facciones sin tener que llegar a acuerdos finales en todos los campos.
Empecemos comentando el estilo de trabajo del gobierno, que puede calificarse de “anti-dramático”. Las reuniones de gobierno siempre son descritas como eficientes, abiertas a las opiniones de todos los ministros, y con decisiones concretas. Bennett limita al mínimo sus apariciones televisivas, y cuando las hay, siguen el mismo tono de presentación moderado y equilibrado, y a la vez claro en sus declaraciones. Bennett consulta regularmente con sus ministros y le deja a cada uno trabajar en su campo de responsabilidad, con mínima intervención directa. Hay quienes critican este aspecto, al ver en él una forma astuta de parte de Bennett, para alejarse de la responsabilidad en caso de que sus colegas tomen decisiones que lleven a fracasos en sus dominios. Puede que eso sea así, pero lo verdad es que por ahora no se ve nada que indique que esa sea la dirección de su actitud. Por ahora, Bennett habla positivamente y con entusiasmo de las gestiones de todos los ministros, cada cual en su campo, y les da pleno apoyo tanto en público como en privado, según ellos mismos atestiguan. Un caso claro es el del ministro de salud, Nitzan Horowitz, del partido de izquierda Meretz. La lucha contra el Covid, con todos sus logros, fracasos o dificultades, es liderada por Horowitz y su equipo, con pleno y constante apoyo público de Bennett.
Naftalí Bennet y Nitzan Horowitz
Tal vez uno de los puntos más importantes de la gestión del gobierno hasta ahora corresponde al proceso de estudio, preparación, debate, consolidación y aprobación del presupuesto. Hace unos diez días la Knesset aprobó—en primera vuelta—el presupuesto presentado por el gobierno. La aprobación final llegará a mediados de noviembre. Qué más elemental podría haber, que un gobierno trabajando en base a un presupuesto aprobado? Aprobar el presupuesto … not a big deal, puede pensarse … Pero resulta que ese sería el primer presupuesto que se aprueba en este país en los últimos tres años. Bibi tenía buenas razones políticas y personales para que no se apruebe un presupuesto, ya que eso solidificaba formalmente su estadía en el poder y traía llamados continuos a nuevas elecciones, así que actuó personalmente y sin demora para que las cosas se den en esa dirección. Más aún, el ministro de finanzas más desastroso y desconectado que se ha visto en este país, Israel Katz, supo alejar del ministerio a todos los profesionales destacados que manejaban con gran entrega y talento los asuntos tocantes a sus cargos (incluyendo la directora general del ministerio, el director de presupuestos y el contador general), y trató de someterlos a consideraciones políticas con las que ellos no estuvieron dispuestos a colaborar y a fin de cuentas encontraron su camino en buenos cargos ejecutivos en el sector privado, con gran pérdida para todos nosotros (Katz ni siquiera se tomó la molestia de nombran subsitutos). El país se manejó así por tres años arbitrariamente, sin presupuesto aprobado en una de las épocas de crisis económicas más profundas que se han conocido.
Israel Katz: Ministro de finanzas fallido de Netanyahu
Pero la esperada aprobación del presupuesto tiene en este momento importancia no sólo administrativa y práctica, sino también simbólica y política. Simbólica, porque recalcaría la plausibilidad (aunque no la seguridad) de que este gobierno tan extraño pueda llegar a permanecer en el poder por los cuatro años que se le pautaron. Las diferencias ideológicas entre los componentes de la coalición no han desaparecido en lo más mínimo, pero por hora prevalece la idea de que hay que trabajar en armonía, concentrándose en los temas de la vida diaria que son de interés común a todos los ciudadanos y en volver a poner en marcha la maquinaria tan dañada del estado a todos los niveles. Esto se manifiesta en el hecho de que se haya llegado a un acuerdo importante sobre la proposición de presupuesto.
El significado político directo de la aprobación esperada del presupuesto reside en que eso eliminaría la posibilidad de que en procesos parlamentarios normales (excepto situaciones realmente excepcionales) pueda tumbarse el gobierno hasta los primeros meses de 2023. Por supuesto que la oposición, con Bibi a la cabeza, hará todo esfuerzo posible para evitar la aprobación final del presupuesto en noviembre (para eso son oposición), pero en este momento la coalición da muestras de un trabajo bien coordinado con altas posibilidades de lleva el proceso a una culminación exitosa.
La lucha contra el Covid es un foco principal de la actuación del gobierno, y en él se perfilan muchos éxitos, pero también fracasos significativos. El principal logro ha sido pasar la época de las festividades de Tishrei sin cierre total del comercio y del curso normal de la vida diaria. Esto se ha recibido con gran alivio por la gran mayoría de la población, pero por otro lado todavía no queda claro cuál será el precio en términos del número y la intensidad de las infecciones que veremos. Lo mismo puede decirse de las decisiones sobre la tercera ronda de vacunación. Como en todo el resto del mundo, este es un punto de incertidumbre cuyos resultados no pueden anticiparse.
Otro foco principal de interés que Bennett ha tomado bajo su responsabilidad concierne al programa atómico de Irán, y a la restitución de las alianzas estratégicas sólidas con EEUU, Egipto, Jordania, y los países europeos. El asunto nuclear es muy complejo y no es este el lugar apropiado ni yo la persona indicada para juzgar qué se ha hecho en estos meses en ese asunto. Pero los encuentros de Bennett con Biden en Washington y con al-Sisi en Sharm al-Seikh han sido sin duda exitosos y lo han colocado sin mermas en las ligas mayores en las que él quería verse frente a los líderes extranjeros importantes, y donde ellos lo ven ahora a él.
Pero existe una gran paradoja política que salta a la vista y con la cual Bennett se enfrentará: el posible éxito que pueda seguir teniendo en la labor de mantener el trabajo colaborativo y armónico de su coalición, de avanzar programas concretos en las áreas de responsabilidad de sus ministros, y de mantener una actitud relativamente positiva hacia él de parte del público y los medios, puede tener como consecuencia directa la fulminación definitiva de su propia carrera política. La razón es la siguiente: en agosto de 2023, si el gobierno sigue su curso hasta entonces, se llevará a cabo la rotación estipulada en la base del acuerdo de coalición y Yair Lapid se convertirá en Primer Ministro, mientras que Bennett pasará a ser ministro de relaciones interiores. Pero la actuación de Bennett hasta ahora y la evaluación positiva que se le ha atribuido no ha aumentado para nada su atractivo electoral entre los públicos de la derecha, y de hecho no hay ninguna muestra de que el apoyo del que gozaría en unas posibles elecciones sería mayor que el que tiene ahora, que es ínfimo. En realidad, con el paso del tiempo, esta situación podría deteriorarse más aún, a falta de un público electoral bien definido al cual él podría dirigir sus esfuerzos.
En realidad, el proyecto central de Bennett desde que entró en la política en 2006 fue el de tomar eventualmente el liderazgo del Likud después de la era de Netanyahu, y de ahí llegar a ser líder de la derecha israelí. Él llegó a ser Primer Ministro a través de un desvío muy curioso y casi inconcebible. La meta de dominar el Likud o la derecha no la logró, y en estos momentos es claro que la podrá lograr mucho menos, al haber sido él mismo quien tomó el primado del país con una coalición que excluía a Bibi y al Likud. Por otro lado, a pesar de lo complejo de la situación de la coalición, Bennett no ha dudado en expresar claramente en estos meses posiciones con respecto a los palestinos, que van mucho más a la derecha de lo que Bibi Netanyahu se atrevió en toda su carrera a insinuar: una negación total a la creación de un estado palestino y a cualquier tipo de conversación, mucho menos acuerdos, con Abu Mazen y la autoridad palestina, y declaraciones tajantes de que a pesar de la participación de Mantzur Abbas y su partido islamista Raam en la coalición, las consideraciones de seguridad de Israel (según él las define) se antepondrán a sus consideraciones políticas y de coalición. Aparentemente esto debería consolidar su posición entre los votantes de derecha. Pero en este momento tanto él como Gideon Saar y Zeev Elkin—políticos ideológicos de derecha que abandonaron el Likud después de llegar a posiciones altas en el partido, por disgusto total con la forma autárquica y despectiva en que Netanyahu dirigía el país, y de quienes se pensaban que podrían cambiar el balance electoral en estas últimas elecciones—han perdido todo valor electoral que ellos creían haber tenido.
Mantzur Abbas visita la sinagoga en Lod después de los disturbios del mes de Mayo
De manera que si este nuevo gobierno sigue funcionando como hasta ahora, Lapid llegaría a las próximas elecciones de 2024 como Primer Ministro, y si tiene éxito aunque sea parcial, podría aumentar considerablemente el apoyo electoral que supo acumular gradualmente y con éxito a lo largo de ya casi diez años de esfuerzo al frente de su partido Yesh Atid. Muchos analistas consideran que esta fue de antemano la estrategia astuta de Yair Lapid, al ofrecerle a Bennett ser el primero en liderar la coalición alternativa a Netanyahu que ellos supieron consolidar, a pesar de ser él, Lapid, quien más escaños en la Knesset recibió en las últimas elecciones. Bennett aceptó la oferta a sabiendas del riesgo que tomaba, dicen esos analistas, ya que no tenía mejor alternativa, y pensando que dos años exitosos al frente del gobierno podrían fortificar su imagen y aumentar su electorado futuro. Es temprano aún para llegar a conclusiones, pero por ahora parece que a pesar de esas declaraciones ideológicas-políticas tan tajantes, y aún si consigue el mayor de los éxitos administrativos y diplomáticos en su actuación como Primer Ministro hasta agosto de 2023, toda la derecha que apoyaba a Bibi le negaría el apoyo a Bennett en cualquier situación política futura.
El nivel de cordura relativa del que hemos disfrutado en estos tres meses es para muchos de nosotros—los israelíes que veíamos la salida de Bibi como el paso político más importante que había que lograr (y posiblemente también para algunos de los que apoyaban a Bibi hasta ahora) —un motivo de ligero placer y sosiego, a pesar de que es claro que el gobierno podrá hacer poco que sea políticamente significativo para las agendas individuales de cualquiera de los ocho partidos que forman la coalición. “Alegría de pobres” (שמחת עניים), se llama eso en hebreo. No creo que haya alguien realmente satisfecho pensando—desde cualquier posición política—en lo que este gobierno podría llegar a lograr con respecto a los problemas fundamentales del país.
Pero tal vez ahí está el secreto de su fuerza, ya que hay ciertos asuntos que requieren solución urgente, y en los que se puede con algún esfuerzo concertar fuerzas para llegar a acuerdos sobre posibles soluciones que pueden implementarse con éxito en estos cuatro años o más. Entre ellos se encuentran la guerra contra el Covid y otros problemas relacionados con la salud pública, los problemas del trasporte y de los accidentes de tránsito , algunos problemas ecológicos, el grave problema de la violencia criminal y doméstica en la sociedad árabe, el debilitamiento de las instituciones jurídicas y policiales, y otros más. Espero poder explicar en este blog con cierto detalle, en un futuro cercano, la esencia de algunos de estos problemas, pero debo enfatizar antes de eso, que el estado de equilibrio aparente que se ha alcanzado al no discutir oficialmente todos aquellos asuntos sobre los cuales pesan diferencias abismales, sobre todo en lo referente al futuro del conflicto con los palestinos, es un equilibro muy frágil. En la vida real hay dinámicas internas profundas que atentarán constantemente contra la posibilidad de mantener ese equilibro aún de manera parcial y muy limitada en el tiempo.
Excelente análisis.
Sigue aclarándonos la política israelí que es muy compleja.
JAG SUCOT SAMEAJ